viernes, 7 de diciembre de 2012
miércoles, 21 de noviembre de 2012
Imanes
Crac.
Las partículas
de hielo se esparcen formando un vacío. Crac.
Hace calor. De golpe todo el frío se derrite en el vacío, que se llena cada vez más. Crac.
La
respiración se agita, peces violetas deambulan sin permiso, galopan con urgencia, forman
figuras reconocidas. El vacío ahora les pertenece. Crac.
Un cuerpo y
otro cuerpo. Las distancias son relativas, chispas de colores en el pequeño
campo magnético. Recuerdos efímeros de unos ojos color miel. Crac.
Los peces
forman palabras de anarquía, la agitación es el síntoma más querido. Crac. el
amor.
jueves, 4 de octubre de 2012
Cabrona
Atronan mis palabras con el rugido de cientos de leones-miniatura que habitan en mi laringe.
Son palabras que te dedico.
domingo, 30 de septiembre de 2012
Ojos/Almas
Me distraen las cosas triviales e inconstantes como la belleza, el placer estético y la condena del alma.
Eso que admiraba en vos ahora lo tengo yo y lo repudio.
El tiempo anclado, infinito, sin embargo, no deja de correr. El otoño tiene el color de un lugar mágico que conocí, cuando todavía no sabía, cuando todavía no voy a comprender.
Hay ojos que se ven y hay ojos que cuesta ver.
Aunque la mirada sea penetrante, estos ojos tienen un destello huidizo, como si delataran un alma inquieta que está pero no está.
A tus ojos
volver y mirar
Mirarlos, otra vez
destellar
Como dos planetas
inhabitados, desconocidos
para los míos
Ciegos por vos.
sábado, 28 de abril de 2012
La lluvia
Deposité el auricular del teléfono fijo sobre la mesa y te hice esperar unos
tres minutos, que fue el tiempo que me llevó cerrar la ventana grande y juntar
las flores secas caídas sobre la alfombra húmeda.
Cuando volví al teléfono, me costó continuar con la
conversación. El sonido de las gotas golpeando con rabia nos impedía
comunicarnos, las palabras se ahogaban en
una explosión acuosa de violentas gotas.
No comprendí lo último que dijiste, fueron varios intentos y todos
fallidos. Llovía como una estampida de mil rinocerontes sobre el techo de mi
casa. Los relámpagos precedían a estruendosos rugidos que sonaban como truenos. Entonces dejé de oírte por completo.
No colgaste. Los golpeteos de las gotas continuaban y me ensordecían
cada vez más. En lugar de tu voz, escuchaba el sonido de la lluvia golpeando
sobre tu casa. Permanecí varios minutos inmóvil con el tubo del teléfono sobre
la oreja esperando alguna señal. Veía cómo la alfombra celeste se tornaba cada
vez más azul. Era una lluvia que declaraba la guerra y cada caer de las gotas
sonaba a insultos. Grité tu nombre cada vez más fuerte durante horas. Entonces,
del otro lado del teléfono, dejé de oír también la lluvia.
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