Deposité el auricular del teléfono fijo sobre la mesa y te hice esperar unos
tres minutos, que fue el tiempo que me llevó cerrar la ventana grande y juntar
las flores secas caídas sobre la alfombra húmeda.
Cuando volví al teléfono, me costó continuar con la
conversación. El sonido de las gotas golpeando con rabia nos impedía
comunicarnos, las palabras se ahogaban en
una explosión acuosa de violentas gotas.
No comprendí lo último que dijiste, fueron varios intentos y todos
fallidos. Llovía como una estampida de mil rinocerontes sobre el techo de mi
casa. Los relámpagos precedían a estruendosos rugidos que sonaban como truenos. Entonces dejé de oírte por completo.
No colgaste. Los golpeteos de las gotas continuaban y me ensordecían
cada vez más. En lugar de tu voz, escuchaba el sonido de la lluvia golpeando
sobre tu casa. Permanecí varios minutos inmóvil con el tubo del teléfono sobre
la oreja esperando alguna señal. Veía cómo la alfombra celeste se tornaba cada
vez más azul. Era una lluvia que declaraba la guerra y cada caer de las gotas
sonaba a insultos. Grité tu nombre cada vez más fuerte durante horas. Entonces,
del otro lado del teléfono, dejé de oír también la lluvia.
buenísimo. O mejor aún.
ResponderEliminarIntenso y atrapante.Espero volver a leerte pronto!
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