sábado, 28 de abril de 2012

La lluvia


Deposité el auricular del  teléfono fijo sobre la mesa y te hice esperar unos tres minutos, que fue el tiempo que me llevó cerrar la ventana grande y juntar las flores secas caídas sobre la alfombra húmeda.
Cuando volví al teléfono, me costó continuar con la conversación. El sonido de las gotas golpeando con rabia nos impedía comunicarnos, las palabras  se ahogaban en una explosión acuosa de violentas gotas.
No comprendí lo último que dijiste, fueron varios intentos y todos fallidos. Llovía como una estampida de mil rinocerontes sobre el techo de mi casa. Los relámpagos precedían a estruendosos rugidos que sonaban como truenos. Entonces dejé de oírte por completo.
No colgaste. Los golpeteos de las gotas continuaban y me ensordecían cada vez más. En lugar de tu voz, escuchaba el sonido de la lluvia golpeando sobre tu casa. Permanecí varios minutos inmóvil con el tubo del teléfono sobre la oreja esperando alguna señal. Veía cómo la alfombra celeste se tornaba cada vez más azul. Era una lluvia que declaraba la guerra y cada caer de las gotas sonaba a insultos. Grité tu nombre cada vez más fuerte durante horas. Entonces, del otro lado del teléfono, dejé de oír también la lluvia. 

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