mordí el mango, tardé en entender mi metamorfosis emocional.
el sabor se mantuvo en mi paladar largo rato, como el recuerdo de algo que quedó muy atrás. bastó con darle la primera mordida para que mi ritmo cardíaco se volviera extraño y fatigado. el nudo empezó a gestarse. evité que las lágrimas.
me transporté a un verano que no sé si realmente existió. los días transcurrían con pereza, nos dedicábamos a existir y a permanecer en un trance vacacional de descubrimientos constantes. parece todo reiteradamente soñado. ya no estás.
probé esa fruta que a mí me enloqueció en el país de las frutas ricas. a vos te parecía demasiado dulce, casi no comías.
ayer conseguí un mango; lo guardé para no morderlo antes que madurase y así evitar decepcionarme.
hubiese preferido llevarme la sorpresa de un mal sabor y evitar todas esas imágenes irreales.
estaba tan delicioso que fue como sentir mil cuchilladas de azúcar en el pecho. la crueldad desafiante de una sorpresa inesperada que parecía burlarse del prejuicio negativo del va-a-saber-mal.
este día invernal hoy se vistió de enero y me entregué al placer de la mordida con inocencia, aunque conciente de a qué cosas me rememoraba la fruta. pensamientos que se mantenían en una superficie estable, controlable.
el recuerdo del sabor ahora me abandona, como el sonido de un mar precipitado que de golpe se serena, haciéndome notar cuánta paz puede producir el silencio. un silencio nublado, pero no menos noble que un silencio soleado de olas estruendorosas. en silencio, todos los recuerdos tienen más sol que el presente.
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bien
ResponderEliminarno me gustan algunas cacofonías como "menos noble"
texto de gran potencia
siga el camino
súbitamente, verá como se bifurca y sólo quedarán las opciones espurias
el resto son jueguitos inofensivos y sin peso, rejunte de palabritas bien dichas y nada más
usted está en otro estado, a usted, estimada amiga de incompatibilidad literaria, le creo
conserve esa mirada
salud
Qué buen relato! Grande Vic.
ResponderEliminarEl gigante pisó la huerta y los jugos escaparon en todas las direcciones. Algunos de ellos me salpicaron los ojos y otros explotaron en mil gotas. Creía conocerlo todo y la muerte se tentó de deborarnos. Pero la sonrisa acecha y acechará mis venas, hasta que la sangre se escurra en mis mejillas y, entonces, no habrá nada que hacer.
ResponderEliminarTe deseo la vida.
Jesús, cuántas sandías! y yo aquí, con un hambre, que creo que me voy a desmayar... no podría usted regalarme una?
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