domingo, 11 de enero de 2015
Sin título 1
Este universo me es ajeno pero de alguna manera no puedo volverme a mi casa. No es que nadie me espere, no me faltan afectos. Sostengo el abanico malformado con la mano derecha y con la izquierda reacomodo cada pluma de menor a mayor pensando que fue una tontería lo del sacrificio provechoso, muy honesto para sus oídos incrédulos, expectantes de palabras que no comprendía cómo transmitirle y que posiblemente nunca surgirían de mí. Prefiero creer en esta perspectiva, la de percibir la belleza, incluso, en el horror. Desisto. Estoy sola, parada sobre un suelo todavía ceniciento y esperando que mi cuerpo avance pero las rodillas se me aflojan cada vez más. Anochece y los pocos colores se funden y agonizan en una oscuridad que me recuerda a la de nuestras pupilas encontrándose por un micro segundo. Intento mover la pierna derecha y dar el primer paso para continuar con mi camino pero me desvanezco muy lentamente apretando fuerte las plumas en la palma de mi mano. Caigo al suelo durante horas, tal vez días. Las uñas de los dedos lastiman el interior de las palmas de mis manos. Estoy a tiempo de dejar un legajo, un pedazo de forma de ver el mundo.
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